El productor argentino y etnomusicólogo Luis Maurette es quien está detrás de UJI, proyecto musical que ha cultivado luego de años de exploración entre los ritmos de la Tierra, el tiempo, la electrónica y el ritual. Maurette, además durante 12 años fue parte del dúo Lulacruza junto a la colombiana Alejanda Ortíz. A finales de 2022 lanzó su último gran proyecto llamado Timebeing, un viaje multimedia interdisciplinario que incluye música, piezas audiovisuales y un show inmersivo en vivo. El EP es una experiencia que integra sonidos de Latinoamérica e intersecciona con música electrónica.
Primero cuéntanos sobre tu seudónimo… ¿por qué UJI?
La palabra originalmente es japonesa, depende del lugar cómo lo pronuncias, pero me gustan todas las versiones. UJI es un seudónimo musical, pero existe desde hace mucho antes que empezara a hacer música con ese nombre. Hace unos 10 años me puse a leer un libro de arquitectura y budismo zen y encontré esta palabra que se traduce como timebeing. Quiere decir que la existencia está hecha de tiempo y esa es una idea que desde el budismo se usa en las meditaciones. No hay una resolución o una respuesta en torno al tiempo. A mi me resonó mucho, porque para mi la música es el arte del tiempo, manipular el tiempo.
La sensación de la noción del tiempo es algo que siempre me gustó mucho explorar. Cuando encontré esa palabra hice una carpeta con ese nombre, donde iba guardando mi trabajo. En la época que estaba con Lulacruza, mi primer proyecto musical, también hacía cosas más personales y esas las metía en la carpeta UJI. Y, aunque nada de eso es lo que terminó siendo UJI realmente hacia el público, mis experimentos estaban ahí… Y cuando Lulacruza terminó y quise hacer algo como solista, era obvio que tenía que ser UJI.
Empecé a usar el nombre y después descubrí que también es un pueblo donde se hace té matcha… El japonés es complejo, es un idioma de muchas reinterpretaciones, entonces si agarrás la “u” y “ji” por separado puede llegar a significar otras cosas, como sanación o universo. Incluso alguien me dijo que puede significar mosquito. Entonces a mi eso me parece enriquecedor, poder tener una palabra o un concepto y de golpe te das cuenta que va creciendo y que tiene otras aristas, me parece muy rico eso.
¿Nos podrías contar un poco de tu historia? Sabemos que viviste en varios países…
Mi padre trabajaba en una compañía que luego fue multinacional y lo fueron llevando de un lugar a otro. Entonces, a los seis meses me fui de Buenos Aires por primera vez, la primera parada fue Santiago de Chile, viví ahí hasta el año y pico y después nos fuimos a Estados Unidos, después a Ecuador y México. Como a las 14 volví a Argentina, pero después, cuando terminé el colegio, me fui a Boston a estudiar a Berklee (College of Music) y después hice una maestría en San Francisco y así… Entonces todas esas experiencias hicieron que me sintiera de ninguna parte.
Cuando fui creciendo, me acuerdo que tenía 10 u 11 años, me hacían bullying en México por tener acento argentino y luego iba a Argentina y se reían porque hablaba como mexicano. Entonces, lo que en la infancia me costó, después me di cuenta de que en realidad era un valor, porque tenía una visión mucho más amplia y multicultural que otra gente. Entre la comida, las costumbres, los olores, los sonidos. Por ejemplo, crecer en Quito, Ecuador y absorber sus costumbres, luego conocer la cultura de México, todo eso me hizo poder identificarme, no solo como argentino, sino que muy latinoamericano.
¿Cómo te fuiste acercando al género de la electrónica en ese contexto?
Estando en Boston conocí a Alejandra Ortíz, una cantante colombiana, con ella empezamos el dúo Lulacruza. En ese momento me pregunté cómo hacer música electrónica, pero que sea más de la Tierra, no había nadie haciendo eso y cuando me junté con Alejandra exploramos eso, lo que me llevó a viajar muchísimo por Colombia y Latinoamérica. Estuvimos juntos desde el año 2003 al 2015 aproximadamente e hice mucha exploración hacia las raíces, siempre con la pregunta de cómo hago para fusionar estos dos mundos.
Me pasó algo que le pasa a mucha gente cuando se va de su país, por ejemplo, a Estados Unidos o Europa, y es que empezás a darte cuenta de un montón de cosas de tu origen y tu cultura que no están ahí. Me di cuenta que tenía una sensibilidad musical muy conectada con el folclor latinoamericano que mis compañeros de la universidad no tenían, sino que venían más del pop, rock, jazz o electrónica tradicional.
Me di cuenta que tenía una sensibilidad musical muy conectada con el folclor latinoamericano
¿Cómo influyó tu identidad en esa construcción?
Creo que, de alguna manera, por haber vivido en diferentes países, mi identidad se empezó a construir a partir de ser el diferente. Cuando estaba en Berklee también me pasó, ya que, por ejemplo, en una clase de producción donde todos traían temas de pop y rock, yo traía un tema que solo tenía un beat y ahí se preguntaban qué iba a ser con eso… Uno entra a un instituto como ese donde hay unos músicos increíbles y el primer día vas a un concierto de toda la gente que también está entrando con vos y son todos unos musicazos, entonces te deprimís y piensas, estoy empezando recién y yo ni en cuatro años voy a llegar ser como ellos. Eso me forzó a definirme, a pensar cuál es mi identidad dentro de una escuela donde hay 3.000 guitarristas, tienes que preguntarte qué te hace único. Eso me obligó a re visitar mi historia, preguntarme de dónde vengo, darme cuenta de mis atributos, de qué puedo traer. A través de esa exploración fui forjando un poco lo que ahora puedo transmitir como UJI.
¿Cómo te abriste camino en el género desde entonces?
Vengo con esta exploración o pregunta hace muchos años. Cuando empezamos con Lulacruza era realmente como estar en la selva con un machete, abriéndote el camino. Había que explicar uno por uno al público, nadie entendía nada, era realmente un trabajo muy de hormiga y aparte no había ni redes sociales. Hoy en día hay un nicho, ya hay artistas que han hecho huella, hay como dos o tres generaciones de artistas que se inspiran en Chancha Vía Circuito, en Nicola Cruz, que han sido un poco los pioneros. Ya hay como una movida de fiesta de eventos que están buscando eso. Igual, en relación con lo que pasa musicalmente, es chiquitito, porque el mundo del pop, el hip-hop, el rap es muy pequeño, pero es mucho más grande que hace 10 años.
Ahora estamos en un momento particular, desde la pandemia, porque antes había un movimiento que iba creciendo uniformemente y después de dos años donde no hubo giras, los colegas no se encontraron, está más fragmentada la escena. También la pandemia trajo mucha futurología, mucho más metaverso, estéticas más clean, electrónicas y se nos fue el foco de la tradición. Aunque eso siempre está, pero no es la tendencia actual… En 2018 todo era África y Latinoamérica y las raíces, se veía incluso en el diseño gráfico. Entonces, como artista tienes que estar todo el rato reinventándote.
¿Eso ha afectado tu trabajo actual?
Creo que Timebeing es el resultado de eso. La fusión entre lo ancestral y lo moderno ya está hecho y ahora qué… son preguntas que yo me hago, ahora creo que tiene que ver con la tecnología del ritual, con el tiempo, con ver cuáles son las nuevas costumbres y mitologías en que creemos hoy en día. Todas esas son las preguntas que me hago y que me interesa explorar con la música.
¿A qué te refieres con la tecnología del ritual?
Los seres humanos descubrimos o inventamos hace miles de años maneras para conectar con el mundo invisible que nos trasciende. Descubrimos que, respirando de cierta manera, repitiendo ciertos sonidos, moviéndonos de alguna forma, grupal o individualmente, o tomando alguna planta, etc., conectamos con algo que nos trasciende en este mundo material corporal. Yo a eso lo llamo tecnología, porque es una posibilidad que el humano ha descubierto y la ha usado hace miles de años, es una tecnología milenaria, no se inventó ahora. Con la Revolución Industrial nos fuimos yendo de ahí, también por las atrocidades que se hicieron en las iglesias, la gente se alejó de ahí y empezó todo lo que sea medio mágico, más New Age, y eso lo desacredita un poco. Entonces me gusta la palabra tecnología porque le da una veracidad al ritual. Es decir, existe el New Age, pero también existen los monjes meditando y conectando con algo.
Siento que está la posibilidad de desarrollarlo como tecnología y la música está en el centro de eso, siempre ha sido usada como el puente para conectar con el otro mundo. Me gusta hablar del mundo invisible porque la interpretación de lo que es ese otro lado la hace cada uno, pero es tener la posibilidad de que existe algo más. Por ejemplo, en la experiencia de estar en un concierto escuchando música, ahí hay algo más que sucede, que es inexplicable, que tiene que ver con las emociones, con lo espiritual.
Los seres humanos descubrimos o inventamos hace miles de años maneras para conectar con el mundo invisible que nos trasciende.
¿Sientes que hubo algún momento donde haya empezado esa exploración?
Yo en la década de mis 20 empecé a ir a fiestas de música electrónica, tomé éxtasis, Ayahuasca, se me abrió la percepción, los estados alterados de la percepción. Eso puede quedar en una fiesta y nada más, pero después si descubres todo el trabajo que se hace en ceremonias y toda la magia que sucede en esos espacios, empezás a entender que hay algo ahí detrás, hay un trabajo y un orden.
Nosotros en Occidente pensamos que el tiempo es cronológico y que lo que cambia es nuestra percepción del tiempo. Por ejemplo, cinco minutos se sienten rápido o lento, pero son cinco minutos siempre. Hay ciertas culturas indígenas que piensan que no, que en realidad el tiempo se dobla, es decir, si uno siente que son más largos, es porque realmente son más largos, no es que sea solo una percepción sobre la materia, sino que la materia misma es la que cambia.
Hoy en día toda esa exploración la puedo poner en este concepto, en esta síntesis. Antes no tenía esta idea tan desarrollada, pero a partir de todas las experiencias, de la exploración y las ganas de querer transmitir algo resultó Timebeing. Así también fue como aproveché de escribir un guión, que es la película, entonces todo se empieza a macerar. Cuando trabajas algo, lo editas y lo vuelves a abrir y editar, cada vez los conceptos van llegando a la esencia de lo que quieres decir.
¿Dónde encuentras hoy la inspiración, qué situaciones o experiencias te facilitan la creatividad?
Primero encuentro inspiración en la naturaleza y el silencio. Cuando estás en la ciudad, por ejemplo, Buenos Aires, una gran ciudad, estás metido haciendo cosas y de golpe salís de ahí y te preguntás por qué no hago esto más seguido… Hay algo ahí que es muy inspirador, eso hace que me den ganas de hacer música. Eso por un lado eso y, por otra parte, la gente, el colaborar, el escuchar… Dan ganas de crear con otras personas y a través de eso se van afianzando los vínculos.
Siento que la música es un idioma que transmite todo lo que no sabemos transmitir con las palabras, entonces por ahí tocás con alguien, hacés dos acordes y estamos llorando. Porque hay algo que se expresa. Yo digo que hoy en día estamos como en un renacimiento de la música y el arte, porque como hay acceso a tanto, o sea vas a Spotify y hay muchísima música buena y de golpe descubrís un artista nuevo. Hay mucha gente joven haciendo cosas, ahora hay herramientas en la computadora, todo lo que quieres aprender y ver está ahí.
También me gusta mucho cocinar, el arte de los sabores y los olores, me saca de este mundo más de las ideas y conceptos, me lleva a un lugar muy sencillo… Siento que hoy me nutren mucho las cosas sencillas, hay algo de estar afuera, de cocinar, de estar con amigos, apreciar lo sencillo. Ves la primavera y cómo van saliendo las flores poco a poco, vivir el día a día.
Vengo de muchos años de viaje, tratando de “desenmascarar el misterio”, metiéndome en ceremonias, buscando de todo, el límite y las sensaciones intensas. Pero creo que es una etapa, no creo que me quede acá siempre. Hoy en día estoy apreciando mucho la sencillez, lo suave y saber que no todo tiene que ser siempre intenso para ser más real.
Cuéntanos un poco más de la idea de Timebeing
Creo que hay algo que nos conecta con el tiempo, que no se manifiesta en lo físico, todas esas historias se van entrelazando en Timebeing. Logramos una pieza de la cual estoy muy orgulloso, la historia se cuenta en ocho videoclips y cada uno se puede sostener por sí solo. Por eso fuimos sacando cada uno por separado, pero si lo ves entero, como una sola pieza, los personajes se van conectando. Todo desde una narrativa más abstracta, no hay diálogo, sino que se cuenta a través de movimientos, danza, visuales, símbolos… Se va construyendo.
¿Cómo fue el proceso creativo de Timebeing?
El proceso lo hice junto a la directora de arte Jazmin Calcarami y me encantó hacer este trabajo, participaron como 100 personas, nunca había hecho una producción de este tamaño, y la verdad que lo disfruté mucho. Colaborar con otra gente, desde otros puntos, desde el productor hasta el director de fotografía, la vestuarista, la directora de arte. En cada reunión había que pensar en los colores, el vestuario, el casting, en realmente cómo se puede contar una historia y transmitirla desde todos esos ámbitos, todas las facetas del arte.
Algo que me gusta mucho es empezar a ver todo en la vida como arte, a todo lo que uno hace ponerle ese ojo de diseño, eso tiene un valor. De alguna manera también es tecnología del ritual, si uno embellece lo de afuera también se refleja dentro. El proceso para mi fue muy satisfactorio.
Fue muy loco porque nos empezó a pasar algo de lo que habla la película, empezaron a haber muchas sincronías. Para mí Timebeing habla de eso, de viajar en el tiempo, cómo el yo del pasado deja algo para el yo del presente. Hay que estar atento a esas cosas y estar en esa comunicación, empezar a hacerlo más conscientemente. Creo que todo el equipo estuvo así, se dio todo muy sincrónico y hubo que subirse a esa onda. Y así, cuando terminó, medio que se desbarató todo. Es como un set de película, muy intenso por un tiempo y luego no te ves nunca más. Se armó un grupo muy fuerte y luego cada uno siguió su camino. Es una experiencia intensa.
¿Qué proyectos se vienen ahora, en qué está UJI actualmente?
Por un lado, estoy con ganas de mostrar este proyecto al mundo, de salir a tocar la música, mostrar la película en diferentes festivales, seguir la ola de todo esto. Tenemos que ver cuáles son los ecos. Por otra parte, todo el año 2022 estuve trabajando en la música de un ballet. Me contactó un bailarín muy importante de Argentina que se llama Herman Cornejo, es solista del American Ballet Theater en Nueva York, me llamó para hacer la música para su primera obra como creador.
Estuvimos todo el año trabajando en la obra, que tiene una historia súper interesante: Niyinski, un bailarín de ballet y coreógrafo ruso estuvo en Argentina alrededor de 1910 y en ese entonces habló con unos escritores argentinos. Decidieron hacer una obra basada en una leyenda guaraní e hicieron el libreto y todo, la música la iba a hacer Stravinski. Después Niyinski se volvió loco, tuvo unos problemas de salud mental y dejó de bailar, entonces la obra nunca se hizo. Incluso ya se había anunciado en París y Buenos Aires. Herman decidió retomar esa obra y hacer una versión moderna. Así que trabajamos en eso y la obra se estrenó en diciembre de 2022 en el Teatro Bicentenario, en San Juan. Es una obra de 15 bailarines en escena y dura una hora. Va a estar girando durante este año y después veré qué hacer.
Tengo ganas de hacer música nueva, pero poco a poco. Me gusta terminar algo y recién ahí empezar de nuevo. Yo soy de oficio músico, todos los días hago acordes, sonidos, música y temas. Pero me interesa ver qué quiero decir realmente, me interesa explorar y esa idea no se me aclara hasta que se termina un proceso. Quizás quiero hacer un disco de funk, no sé, algo más liviano, seguramente voy a hacer algo menos conceptual.
¿Qué esperas de tu trabajo y su interacción con las personas?
Mi situación ideal siempre es que un concierto sea un ritual, que a la gente le pasen cosas. Realmente hoy en día la música se usa mucho para entretenernos, en el mejor de los casos para acompañarnos en una emoción. Pero la fuerza milenaria de la música, que es un puente para conectar con algo más, eso es lo que me interesa. Me interesa que mis conciertos abran ese espacio, está en cada quien entrar en ese espacio o no y cómo hacerlo… El baile es un poco eso, movernos a la música. Creo que por eso la música electrónica y las raves son muy populares. Miles de personas bailando a la misma vez, con ritmo hipnótico, subiendo y bajando… Hay algo de eso que es inherente en nuestra composición humana. Me gustaría explorar eso cada vez más. Me gustaría que la gente realmente tenga esta sensación de estar unida, de un propósito más allá… no sé, la sociedad pop nos lleva mucho a achicar nuestras posibilidades como humanos, como seres. Yo propongo abrirlo, somos mucho más de lo que nos quieren hacer pensar.