Registrar o no registrar, esa es la cuestión.
Volvemos este año a Sónar con un nuevo proyecto que busca capturar la experiencia y los sentimientos que dejan los festivales, desde la mirada de quienes los viven. Exploraremos el uso del móvil como herramienta creativa, desafiando la percepción que lo reduce a un obstáculo entre la experiencia y el presente. Sabemos que el debate está abierto: hay quienes consideran al teléfono una barrera, y quienes lo ven como una extensión del cuerpo. Nosotros proponemos una tercera vía: usarlo con conciencia.
Sabemos que este no es un año cualquiera. Porque lo que pasa en el escenario importa, pero también lo que lo rodea: decisiones, tensiones, ausencias. Todo eso también se siente.
¿Puede el móvil ser algo más que un estorbo en los festivales? ¿Existen formas de uso que no alteren ni desequilibren a la audiencia? ¿Deberíamos, quizás, ser más exigentes y comprometidos como público? ¿Puede existir una empatía que permita a artistas y fans disfrutar del show, sin importar cómo se prefiera vivirlo?
No se trata de romantizar el registro ni de resignarse a su omnipresencia. Se trata de explorar maneras de integrarlo sin disociarse; que no opaque a los artistas ni a quienes comparten el espacio; que no reemplace la experiencia, sino que sume capas. Que se use con conciencia.
Este artículo no resuelve esas preguntas, sino que las pone sobre la mesa como parte de una discusión y llamado de atención. Al mismo tiempo, funciona como antesala para presentar la idea que llevaremos a Sónar 2025, este próximo 12, 13 y 15 de junio: un proyecto de registro en colaboración entre South Plug y Tusk Content, con el fin de explorar, proponer y documentar la cultura en la escena local, Barcelona, en un contexto de festival internacional y bajo el contexto actual.
Durante el festival, los directores Derevnin Oleksandr y Fedorov Denys, invitados especialmente, se moverán por los escenarios con total libertad, filmando exclusivamente con smartphones y lentes a medida. Las piezas resultantes no buscarán representar al festival, ni ofrecer una versión definitiva de lo vivido. Serán obras de autor, fragmentos construidos desde la visión de los directores como audiencia y como creadores. Una exploración abierta que busca consolidar nuevas formas de ver y registrar.
Derevnin Oleksandr Derevnin Oleksandr es un colorista ucraniano, especialista en postproducción de la agencia Tonko y parte del dúo de directores de fotografía. Su formación artesanal como restaurador de zapatillas y pintor, y sus conocimientos técnicos como ingeniero de software, le han llevado a un profundo deseo de aprendizaje constante y búsqueda de nuevas técnicas en la industria audiovisual. Oleksandr siempre trabaja con la iluminación en el plató, y su comprensión directa de cómo funciona le ayuda a preparar la base para lograr el resultado deseado durante el proceso de postproducción junto con el equipo de Tonko Agency y su co-director de fotografía.
Fedorov Denys es un director ucraniano, fundador de Tonko Agency, una productora integral con sede en Barcelona. Su pasión por el cine, los contrastes y el humor negro es lo que construye sus obras – anuncios, documentales y cortometrajes premiados internacionalmente. Denys se trasladó a Barcelona con su familia hace 3 años y formó un pequeño equipo de apasionados creadores ucranianos que hacen grandes cosas y trabajan con la comunidad creativa local de Barcelona para fusionar otra visión cultural y presentar un flujo de trabajo diferente.
La elección del smartphone como herramienta no es anecdótica ni estética. Es una declaración. En un momento en que las pantallas dividen opiniones, esta propuesta busca resignificar su uso. No grabar por costumbre, sino con intención. Convertir el acto automático en un gesto narrativo y sensible. Sin perder de vista a los otros. Sin dejar de estar ahí.
Este proyecto no pretende resolver la tensión entre presencia y registro. La habita. Porque mirar también es participar. Y grabar —aunque sea con una cámara que cabe en el bolsillo— puede ser un acto de mirada propia, de pequeña autoría, pero también una forma de vivir la experiencia. Las obras que surjan no serán respuestas. Serán preguntas en forma de imagen. Y ahí está su potencia.
Sónar sigue siendo un espacio de encuentro, riesgo y celebración. La edición 2025 llega con un lineup ambicioso y diverso: desde figuras clave de la electrónica experimental como Actress & Suzanne Ciani, Alva Noto & Fennesz o Grand River & Abul Mogard, hasta talentos en ascenso como Wallis, Lucient y p-rallel b2b Tommy Gold, que aportan nuevos matices al ecosistema sonoro del festival.
Las noches traerán cruces inesperados como Skrillex b2b Blawan o Skee Mask b2b Actress, mientras que el día estará cargado de inmersión sensorial, visuales expansivas y sets que desafían los límites del club, con artistas como DJ Heartstring, Ewan McVicar, AEREA y MCR-T.
En Sónar+D, el foco estará puesto en la relación entre arte y tecnología, con charlas, shows y experiencias interactivas sobre inteligencia artificial, cuerpos y música, a cargo de proyectos como AudioStellar, Synapticon, Eat My Multiverse o Lemongrass & Bass.
Este año, el debate no lo inició una obra o la selección de artistas. Lo detonaron los conflictos sociopolíticos —relacionados con Sónar y KKR— y las ausencias de artistas. Bajas como las de Arca y Kode9 (y más de 20 artistas) del cartel no solo modificaron la programación, sino que encendieron una conversación que ya estaba latiendo: ¿qué implica que un festival con discurso progresista esté, al menos en parte, financiado por un fondo como KKR?
Las críticas apuntan a una tensión entre el relato y la infraestructura. Sónar ha sido durante años un símbolo de innovación, diversidad y pensamiento crítico. ¿Cómo sostener ese relato cuando la estructura económica que lo respalda proviene de un régimen que reprime justamente esos valores?
La conversación se volvió pública. No solo en redes, también en medios y dentro del propio circuito artístico. Hay quienes defienden la idea de que la cultura no puede depender de la pureza de sus inversores; que lo importante es lo que se hace en escena, no quién paga la cuenta. Y hay quienes opinan que aceptar ciertos fondos es avalar, aunque sea indirectamente, prácticas que contradicen el espíritu del arte.
Este conflicto expone una grieta que va más allá de Sónar. Es una discusión sobre arte, capital y ética. Sobre si es posible —o deseable— separar la obra del sistema que la permite. Y aunque no hay respuestas únicas, lo que queda claro es que el silencio ya no es opción.
En medio de esta tormenta, con sentimientos divididos por parte tanto de la audiencia como de artistas, compleja pero previsible, vamos con la misión de observar y registrar. Intervenir expresando el contexto y participando en el registro de archivo. Ver qué pasa con la audiencia cuando baila, cuando interactúa, cuando decide utilizar su móvil, y cómo influye el contexto en la realidad de un festival en el momento en que se vive.
Nos parece problemático que el peso de visibilizar y enfrentar estas tensiones recaiga, una vez más, sobre artistas y sus comunidades. No porque carezcan de voz o agencia, sino porque son otros —productores, socios, gestores— quienes deberían asumir esa responsabilidad antes de que los conflictos exploten públicamente. Que siempre sean los mismos quienes tienen que señalar lo evidente no solo desgasta, sino que normaliza una dinámica injusta. No deberíamos acostumbrarnos a eso.
Nuestra propuesta busca habitar el espacio con una mirada abierta y receptiva. Poner en escena la tensión entre estar y registrar, entre arte y política, entre archivo y cuerpo. Con o sin respuestas, exista una voluntad clara de construir una visión.
En tiempos donde todo se graba pero poco se mira, grabar con intención es casi un acto radical. Este proyecto es eso: una invitación a documentar sin anestesiar. A participar sin invadir. A no elegir entre ver o grabar, sino a preguntarse por qué lo hacemos y cómo podría hacerse mejor. El problema parte y termina en nosotros.
Nos vemos allá afuera.
Y baja el brillo de la pantalla.